Todo comienza el sábado 19 de julio de 1997 a las 9:00 AM. Un grupo de personas esperábamos con ansia la salida hacia una cueva de tiro que recientemente les habían dado a conocer a John y a Susana, quienes encabezan el grupo. 9:45: nuestro grupo compuesto por Susana, John, Vicente, Victor, Mario Arturo y Sonia se dirige hacia dicho lugar. En medio de lluvia y comentarios sobre hongos alucinógenos y plantas psicotrópicas, llegamos a Ayotitlán en donde nos encontraríamos con la persona que guiaría nuestra expedición, pero el hombre no se encontró así que nos dirigimos al lugar, guiados por los Pint. Después de unas cuantas anécdotas, comencé a hacer algunas prácticas en un árbol con el equipo de John ya que para mi, todos los aparatos eran nuevos y jamás los había utilizado. Me gustó mucho trabajar con el Croll y subir como rana. Era muy divertido.
Minutos más tarde, todos estuvieron de acuerdo en que comenzara la acción, así que nos dirigimos cerro arriba bordeando por la cerca de piedra que allí se encontraba, buscando la cueva de tiro. Después de creer más de dos veces que habíamos perdido el pozo, John se adelantó y encontró finalmente nuestro objetivo.
Llegamos al mediodía y echamos un vistazo dentro. El sol iluminaba hasta el fondo, lo cual hacía lucir aquella cueva mucho más interesante y hermosa. De inmediato, Vicente comenzó a vestirse de "spelunker" pues él sería el primero en entrar a la cueva. Comenzó a descender sin ningún problema mientras nos describía el interior de ésta, y una vez que llegó al fondo, una lluvia de preguntas y respuestas irrumpieron el silencio. El pozo tenía 16 metros de profundidad aproximadamente y al parecer no era muy grande en el fondo, aunque a la mitad se encontraba una posible desviación o abertura tal vez a una cámara un poco más amplia; Vicente quiso explorarla pero no pudo hacerlo por la falta de equipo y se limitó a salir de la cueva presumiendo que era buena, aunque muy pequeña.
Después de algunas fotografías, Vicente bajó nuevamente, esta vez para esperar al grupo turista que entraría a la cueva y como era de esperarse, decidí ir primero sin que nadie se opusiera. Con ayuda de John, coloqué la marimba en la cuerda y después de una deliciosa galleta con atún, me aventuré a bajar, aunque para esto sufrí un poco pues siempre tengo miedo en rapeles y bajadas hasta que no siento un poco de apoyo en al cuerda. Cinco o diez minutos bastaron para hacer que el grupo perdiera la paciencia y estuvieron a punto de arrojarme hasta que Arturo me ayudó y quedé suspendida en el aire. La bajada era lenta pero segura y esto me sirvió para admirar más el trayecto hasta el fondo. Esto, claro, mientras dejaba caer algunas pequeñas piedras de manera accidental sobre el casco de mi compañero que aguardaba pacientemente sentado sobre su pie sosteniendo la cuerda.
En el borde del pozo se encontraba un árbol - que no supe de qué especie se trataba - y dos de sus raíces pasaban por todo el pozo llegando hasta el fondo. Una de ellas era gruesa y la otra muy delgada, semejando lianas (como las de Tarzan). Una vez estando yo abajo y después de regresar con otra cuerda el equipo a los de arriba, exploré la pobre y muy reducida cueva pues más que grande era alta. El suelo era resbaladizo con tierra muy suelta pero mojada sin llegar a ser lodo. Un olor algo peculiar que más tarde supe se trataba de guano impregnaba todo el ambiente. Algunos hongos blancos cubrían las paredes y la obscuridad, y aunque no llegaba a ser total era segadora. Cuando el segundo turista venía en camino, me coloqué a un lado de las raíces y comenté a Vicente de su peculiaridad: él estaba un poco distraído cuando yo moví las raíces y cayó sobre mí un poco de lodo y piedras así que decidí retirarme de allí. En ese momento él se acerca y, exclamando un grito tarzanezco, se colgó de las raíces haciendo que estas se rompieran debido al peso, provocando una lluvia de piedras un poco más grandes que cayeron sobre Mario. Aunque le faltaba poco por llegar, parece que una de ellas golpeó duro su pierna pero no pasó a mayores.
Victor nuestro tercer turista decidió bajar y yo subí antes que él lo hiciera, esto para que el grupo tuviera suficiente espacio para practicar las sesiones chamanísticas de Vicente quien me ayudó a colocar el equipo correctamente para ascender. Sin ningún contratiempo transcurrió el ascenso de manera rápida y divertida. Mientras subía, volteaba de tiempo en tiempo hacia abajo y podía ver aun el casco de Vicente que se hallaba exactamente debajo de mi. Admiraba nuevamente las formaciones de la cueva, mirando también hacia donde estaba la posible entrada a otra cámara y luego eché otro vistazo para abajo.
En este momento, escuché un ruido y luego gritos y simultáneamente sentí que algo golpeó fuertemente mi mano izquierda y rebotó en mi rodilla. Supe entonces que era una piedra de considerable tamaño y comencé también a gritar, tremendamente asustada de que aquel monstruo le cayera a los cueveros abajo. Vi como la piedra se alejó con rapidez y cayó en el fondo y comencé a gritar si estaban bien los de abajo y recibí la simpática respuesta de, "Estamos bien pero un poco más chaparros..." Miré que mi mano estaba sangrando y temblando - ¡parece que el trancazo estuvo duro! Sin sentir dolor, subí aprisa hasta que salí a la luz donde John me esperaba para tomar una foto de horror que más tarde se convertiría en mi gran alivio al saber que no había pasado algo realmente grave. Victor comenzó a bajar seguido después por Arturo, quedando solos John y yo arriba ya que Susana había regresado a la camioneta a cuidar las pertenencias y no entraría a la cueva puesto que recientemente había padecido histoplasmosis y no quería arriesgarse en una cueva recién descubierta. John no bajaría porque estaba un poco enfermo del estómago y se limitó a tomar fotografías y recibir comentarios. Había una vista preciosa en aquel cerro por cualquier ángulo y decidí tomar el que miraba hacia la carretera y un pequeño valle por donde pasaba el río cerca del cual se encontraba Bandoleros, una cueva a la que no iríamos en esa ocasión. Recostada sobre las piedras, admiré el paisaje un par de minutos para luego cerrar los ojos y limitarme a percibir y escuchar los olores y sonidos, cuando John comenzó a apresurar a los de abajo puesto que se escuchaban truenos de lluvia.
Todos comenzaron a subir, bromeando que dejarían al culpable del "pequeño accidente" abajo. Cuando todos estuvimos fuera de la cueva, hubo más fotos, más comentarios y puntos de vista sobre lo que había ocurrido y claro, no faltaron las bromas. Se nombró aquella cueva Volver a Nacer ya que de caerle encima a Vicente o a mí aquella piedrota, nos hubiera esparcido los sesos. Después de beber agua y descansar un poco comenzamos el descenso de aquel cerro topándonos con algunas piedras llenas de fósiles y también con una hermosa flor carnívora que John decidió llevar a su casa para cultivar. Tomamos algunos recuerdos y nos dirigimos cerro abajo donde nos aguardaba Susana. Una vez contada la aventura, todo el grupo nos esparcimos en la camioneta y nos preparamos para pasar un agradable momento de bromas y carcajadas en el trayecto hacia Guadalajara. Sin duda, una experiencia inolvidable, al menos para mí.
(Caricatura por: Jesus Moreno)